Aceptar a las personas tal y como son parece fácil. De hecho todos entendemos perfectamente el concepto teórico. Las cosa cambia cuando la persona que tenemos al lado hace algo contrario a nuestras creencias y de nosotros surge la queja y el malestar en lugar de la aceptación incondicional.
¿Sabes qué es la aceptación incondicional?
La aceptación incondicional se trabaja muy bien desde Mindfulness y os invitamos a leer los post que en su momento hemos escrito sobre ello. Desde la psicología, fue Carl Rogers desde tu Terapia Centrada en la Persona quien nos habló de tres actitudes necesarias para facilitar el crecimiento de cualquier ser humano: empatía, congruencia y aceptación positiva incondicional.
La aceptación incondicional significa aceptar al otro tal y como es, sin desear cambiarle, con sus puntos fuertes y puntos débiles o imperfecciones. No importa si esa persona es congruente o incongruente, tranquila o inquieta, ordenada o desordenada,… significa que la aceptas por “ser persona”; por tanto, por ser una biografía única e irrepetible, valiosa y digna de respeto.
En esta ocasión, recurrimos a una “Historia para reflexionar” que nos ayudará a explicar el concepto de aceptación incondicional a través de un cuento en el que, como la vida misma, los niños y los perros nos aceptan tal y como somos, sin plantearse nada más.
El dueño de una tienda puso en venta unos cachorritos que había dado a luz su perrita. En cuanto colgó el cartel, un niño entró y preguntó su precio: “Entre 40 y 50 euros”, dijo el hombre.
El pequeño sólo tenía 5 euros, pero le preguntó si podía verlos. El hombre sonrío, silbó y, a los pocos segundos, salió de la trastienda su perra con cinco perritos. El último tardó más en salir. ¿“Qué le pasa”? preguntó el niño. El hombre le explicó que había nacido con un problema de cadera y que cojearía toda su vida.
El niño exclamó: “Ese es el que quiero comprar”! El dueño le explicó: “Si lo quieres te lo regalo. No hace falta que lo compres”. “No quiero que me lo regale porque vale tanto como los otros perritos”, exclamó enfadado el niño. “Pero es que este cachorro nunca podré correr ni saltar…”, le replicó el dueño.
El niño, entonces, se agachó, se levantó la pernera izquierda y dejó al descubierto su pierna, que estaba reforzada por un aparato de metal. “Bueno, yo tampoco puedo correr muy bien y este perrito necesita a alguien que lo entienda”, dijo.
Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas: “Espero que cada uno de estos cachorros tenga un dueño como tú”, dijo. Acababa de entender lo importante que es que te comprendan y te acepten por quien eres y de manera incondicional.